Hoy ha sido lo que se llama un día tranquilo y relajado: pareja trabajando y peque con los abuelos.
Después de levantarme y arreglarme, he quedado con mi prima para desayunar. Parece mentira, un día de puente, desayunando tranquilamente en una cafetería mientras hablamos de la familia, de nuestros trabajos y arreglamos el mundo.
Tras el desayuno, mi prima a prepararse para ir a trabajar y yo a coger un autobús dirección a la Barceloneta. Lo único que llevaba conmigo era mi cámara de fotos. No sé cuanto tiempo hace desde el último día que me dediqué a ese hobby que tengo tan abandonado.
Una vez en mi destino paseo por las calles en las que hace un tiempo viví. En momentos así sigo teniendo la misma sensación de libertad que tuve el primer día que me trasladé a vivir sola. Creo que me puedo comer el mundo, que puedo con todo.
Después de ver la casa en la que viví me dirijo a la playa, ¡qué tranquilidad! Me encanta sentarme y observar. En un mismo lugar encuentras familias que aprovechan un día de fiesta, padres con hijos jugando, turistas visitando la ciudad guía en mano, un vecino que, a pesar de estar en pleno mes de noviembre, aprovecha los rayos de sol y se baña en las aguas del Mediterráneo. Hago alguna fotografía y me dirijo a otra zona que me encanta de mi ciudad, Ciutat Vella. Estas zonas tienen un sabor especial, mezclan lo antiguo con lo nuevo, conviven culturas y razas distintas, puedes ser anónimo o formar parte del barrio.
Después de pasear, de pararme a observar y fotografiar, regreso a mi hogar. En un rato vuelve el terremoto a casa, nuestra peque, después de dos días sin ella, la echo de menos, aunque verá a una mamá renovada con energía para jugar y todo el tiempo para dedicarme a ella.
Días como este los necesito, me reencuentro conmigo misma, disfruto de la soledad y redescubro la fotografía.
Hay quién diría que esto no es Barcelona
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